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El sábado 18 de enero volvemos a dibujar en la ermita de San Antón, esta vez con motivo de la festividad del santo y su tradicional porrate.

El porrat de Sant Antoni Abat

El 17 de enero, san Antonio Abad, ha sido desde antiguo una fiesta muy tradicional, que en Elche marcaba el inicio de los carnavales. En 1483 el Concejo de la Villa acordó la fundación de un Beneficio y la construcción de una ermita, dedicados a San Antonio Abad, en la partida de Atzavares, junto al camino viejo a Alicante, a un cuarto de legua (unos dos kilómetros) de la población.

En 1684 se creó el gremio de alpargateros y oficios relacionados con el trenzado del cáñamo y el esparto bajo el patrocinio de Sant Antoni Abat. Fue entonces cuando se estableció la costumbre de realizar la romería a la ermita citada, seguida de un porrat (feria o mercado al aire libre que se celebra en la festividad de un santo en muchas localidades de la Comunidad Valenciana, donde se venden productos tradicionales).

La ermita ha sufrido grandes reparaciones y reconstrucciones totales. La actual se reconstruyó y bendijo en 1941 y consta de una sola nave y un sencillo altar. En cambio, la celebración ha tenido pocas variantes. Inicialmente, la imagen del santo se veneraba en la maestranza del clavario del gremio y más tarde en el taller del alpargatero más antiguo de la población, donde la víspera de la onomástica se exponía para ser visitada por los devotos y por la noche se le dedicaba una Serenata. Al día siguiente, tras la Diana y la bomba correspondiente se llevaba el santo a la ermita de Atzavares en una solemne procesión hasta llegar a las afueras del pueblo, donde se transformaba en una alegre romería amenizada por dolçaina i tabalet y banda de música, lanzamiento de cohetes voladores y tracas, a la que se sumaba un cerdo para ser sorteado y sufragar la fiesta.

Al llegar, misa solemne, y el “porrate”, que se volvía a celebrar el domingo siguiente, quedándose allí el santo toda la octava. A partir de 1864, en el mismo día, el santo regresaba al pueblo en procesión, había concierto de música en la Glorieta y se acababa con una gran traca y fuerte bomba. La fiesta tuvo un auge en consonancia con el desarrollo y encumbramiento de la que llegaría a ser la mayor industria en la ciudad.

Al porrat de Sant Antoni en los alrededores de la ermita siempre ha asistido el pueblo en masa, donde encontraba numerosas paradas de venta de torrat (garbanzos tostados), dátiles, frutos secos, dulces, pastas, mazapanes, peladillas alcoyanas, turrones jijonencos, bolas de caramelo, turrón de novia, cardos de novia (cardo comestible crudo que se cultivaba a cubierto de la luz solar para que presentara un bello color blanco)…, todo lo cual formaba parte de la “pesada de la novia”, tradicional costumbre que consistía en reunir en un gran pañuelo de seda el peso de la prometida en dulces y torrats.

La gente marchaba a la ermita bien provistos de un abundante almuerzo para pasar allí el día. A la típica “coca en sardina”, se le añadía habas, embutidos y ajos tiernos y sardinas que se asaban en hogueras al efecto, regándolo todo con abundante vino, el cual solía comprarse en las casas de los alrededores para no pagar el impuesto de consumo correspondiente. Un ambiente festivo donde no faltaban los juegos, los cantos populares y les cançonetes de fil i cotó.

En la década de los años 60 la industria zapatera relevó definitivamente a la zapatera. Hacia 1965 desapareció la última fabriqueta, el gremio se extinguió y pasó a ocuparse de organizar la fiesta la nueva comunidad del Barrio de San Antón, surgido en los aledaños de la ermita, en la que se albergó al santo y sirvió como iglesia al vecindario hasta que tuvo su propia parroquia.

La celebración ha perdido el sabor gremial y la pompa de antaño, pero no su popularidad. La festividad se trasladó al domingo siguiente del día del santo y la procesión se hace por las calles del barrio hasta la ermita, se mantiene la bendición de los animales y la rifa del cerdo y continúa el porrate, convertido en mercadillo ambulante y feria de atracciones, donde el protagonista ya no es el torrat. La cita con Sant Antoni sigue siendo ineludible para muchos ilicitanos, a pesar de que el espacio está cada vez más constreñido, escaso y vallado, por la presión urbanizadora sobre el entorno y ya no se puedan encender hogueras.

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