El regreso de Albarracín se realiza el domingo. Se vuelve a embalar todo el material que hemos llevado, y antes de atiborrar el coche con los bártulos, aprovechamos para subir a la plaza para realizar alguna última compra, aunque en realidad, pueda ser para vencer a la nostalgia que comienza ya a invadirnos al abandonar un lugar que nos ha visto pasar unos días maravillosos.
Antes de tomar la ruta directa de vuelta a casa, hemos visitado la cascada de agua cerca de Calomarde, la misma que el año pasado, pero que en esta ocasión el agua brillaba por su ausencia.
Desde allí hemos salido directos a tomar la autovía, quedando todos juntos a comer en Alcira, en un sitio estupendo al que el amigo Jaime nos ha conducido, y ya desde allí cada uno ha tomado rumbo para llegar a casa.
El resumen de estos días pasados en Albarracín no puede ser ni mejor ni mas alentador. Por lo bien que lo hemos pasado y por lo mucho que hemos aprendido. Si a esto le sumamos el esfuerzo e interés didáctico que los profesores han tenido con nosotros y la madurez que han demostrado los colegas del grupo de Elche, el balance no puede ser más positivo, tanto en el aspecto personal de cada uno como en el colectivo.
Hemos entregado a cada profesor y a la Fundación unos ejemplares de nuestro libro y la reacción no ha podido ser más halagadora. Se han quedado encantados, con el libro y con la idea. Y no sabemos si tiene relación, pero en esta edición, para la Exposición en la Torre Blanca han seleccionado apuntes y tablillas de las obras para exponerlas conjuntamente. El resultado es magnífico.
El año pasado, a la vuelta del curso, una persona allegada, gran amiga, me preguntó qué tal había ido en Albarracín y yo le contesté sin titubear, espontáneamente, salido del alma, que toda la vida entera de una persona debería ser como la semana de Albarracín. Este año estoy temiendo encontrármela porque no voy a saber qué decirle para explicar el bagaje emocional que hemos vivido.
Lo jodido, Ramón, de haber narrado tan de puta madre las crónicas de Albarracín es que uno, leyéndolas aquí enclaustrado, lo ha pasado francamente mal. Pero no volverá a suceder. ¡Grrrrr…! ¡¡Grrrrr…!! ¡¡¡Grrrrr…!!!